Hoy, 4 de enero, Myanmar, la antigua Birmania, conmemora su independencia, a la que accedió tras el asesinato del héroe nacionalista Aung San (padre de la política y Premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi) y de la mayor parte de su gabinete ministerial. El atentado fue un desastre del que el país nunca se recuperaría del todo y que desató una guerra civil que se prolonga hasta nuestros días, con diversos grados de intensidad, cuya causa real debe buscarse en la composición étnica de Myanmar.
Las fronteras arbitrariamente trazadas de la antigua colonia albergan más de un centenar de comunidades lingüísticas encuadradas en seis grandes grupos. Por si fuera poco, en 1961 el gobierno aprobó una ley que convertía al budismo en religión oficial del Estado, reforzando con ello la fuerte corriente de islamofobia que domina la sociedad birmana. En 1982 el pueblo rohinyá, de confesión musulmana, fue desposeído de la nacionalidad birmana y del derecho al voto, además de quedar sometido a infinidad de restricciones que afectan al matrimonio, número de hijos y derecho a viajar, y a una violencia generalizada. En la actualidad en torno a un millón de rohinyás se han visto forzados a abandonar Myanmar, más de 900.000 en dirección a Bangladés.
Ciertos medios achacan esos conflictos a la cultura birmana y a una supuesta falta de civilización del país. Lo cierto es que tienen fuertes raíces históricas, y la administración colonial británica es una de ellas. JS Furnivall, un viejo amigo de Grandy y alto funcionario de la época colonial, describió la Birmania sometida a los británicos como una “sociedad plural” cuyos componentes étnicos se mezclan, pero no se combinan, formando muchedumbres, pero no comunidades.
Birmania, ¿Cómo convertir las multitudes en comunidades?
¿Cómo convertir las multitudes en comunidades? Una vía muy práctica es cocinando y comiendo juntos. Esos actos de compartir emanan de una necesidad humana, la de alimentarse, y el placer que se deriva del “buen yantar” ayuda a reunir a personas distintas para hablar, aprender y divertirse. En otras palabras, a hacer comunidad.
En 2023, recurrimos al término “decolonial food” para describir las experiencias, aparentemente dispares, compartidas desde el hogar de mi amigo Aung Soe Min en Kyaukpadaw, el de Lolita Bellver en Castelló (Ribera Alta) y nuestro restaurante en Valencia, que conectan a familias en países separados por miles de kilómetros, reforzando mi convicción de que la comida es una fuerza vital que vincula países y culturas. Cocinar y comer en compañía nos anima a escucharnos, respetarnos, empatizar y aprender unos de otros, algo positivo para nuestras sociedades y que sirve de estímulo para promover formas más sostenibles de alimentarnos.
La comida es una fuerza vital que vincula países y culturas
Este enero de 2024, hacer comunidad es más importante que nunca. El mundo sufre conflictos que llevan a desplazamientos forzosos, violencia y hambrunas. No podemos compartir comida con las víctimas de esas terribles guerras, pero sí enviarles dinero. El día 5 de febrero, a las 19:30 horas, participaremos en una demostración culinaria junto a mi amigo Bernd Knöller (Restaurante Riff), Kristian Lutaud (Oligarum y El Bulli), y algun cocinero amigo más en el restaurante Riff, dirigida a recaudar fondos para Acción contra el Hambre, una ONG que trabaja sobre el terreno para aliviar las necesidades alimentarias, sobre todo de los niños, que son quienes más sufren en las guerras. Sabemos que las cosas pueden cambiarse mediante pequeños gestos cotidianos. A lo largo del mes de enero enviaré la información necesaria para apuntarse al evento.